Todavía recuerdo cuando mis padres compraron un televisor
Telefunken en color para jubilar nuestra vieja tele
Vanguard en blanco y negro. Lo recuerdo especialmente por dos motivos:
- Fuimos los últimos en la comunidad de vecinos en tener una tele en color. Cuando eres niño, esas cosas te marcan.
- El mando a distancia era opcional. Sí, aunque parezca mentira, si querías mando lo pagabas aparte. Y de aquí el post.
Recuerdo que la familia al completo nos tuvimos que amotinar para conseguir comprar el mando, puesto que mi padre no percibía ningún valor en él que justificase el gasto adicional y la consiguiente hipoteca posterior en pilas. Por supuesto mi padre cedió, porque un padre sólo quiere lo mejor para su familia.
Pasado un tiempo se agotaron por primera vez las pilas del mando a distancia y el destino quiso que no tuviéramos unas de repuesto en casa. ¿Qué creéis que pasó entonces?
Pues que la única persona que no veía claro lo del mando a distancia, fue la que más quejica se volvió y la que más echó de menos el mando (ya sabéis que si a los hombres nos quitan el mando a distancia, no somos nada).
Photo credit: Zapping by Anders Ademark
¿Te imaginas vivir ahora sin mando a distancia?
Los consumidores cuando adoptamos una tecnología sólo la abandonamos para abrazar una nueva con mayores prestaciones o beneficios.
Nos volvemos más exigentes:
- Queremos que el ordenador arranque antes y que las aplicaciones vayan más rápidas
- Queremos hacer copias de seguridad más rápidas
- Queremos que el archivo se baje antes
- ¿Porqué hay que esperar tanto para oír música al cargar un CD en el equipo del salón?
Lo que queremos, lo queremos... ¡ya! porque la tecnología nos a acostumbrado a tener más cosas y más rápidas. Nos hemos olvidado completamente de la situación inmediatamente anterior.
También queremos que nos atiendan rápido al teléfono, no esperar en la cola, máquinas de vending más amigables, que respondan rápido un e-mail... porque sabemos que la tecnología lo permite.
Siguiendo el mismo razonamiento del mando a distancia y de cualquier otra innovación tecnológica, las personas -clientes y consumidores- no vamos a abandonar la web social, excepto que aparezca algo que la supere.
En mi opinión, las marcas y otras organizaciones como las administraciones públicas, los partidos políticos e incluso las ONG, deberían darse cuenta de que no hay vuelta atrás. La web social, les guste o no, está para quedarse.
Bien al contrario, la web social sólo puede crecer más, por la entrada de más gente (efecto llamada) y por un mayor uso (el móvil).
Las personas seguiremos creando contenidos y los compartiremos con nuestros amigos y contactos. Hablaremos de nuestras experiencias con cualquier producto o servicio. Nos pedirán opinión antes de tomar una decisión de compra y nosotros haremos lo mismo.
Lo que le queda a las marcas y a otras organizaciones es decidir el color de los cristales de sus gafas para ver la web social: como problema o como solución.